domingo, 22 de septiembre de 2013

Se salvó de todos, olvidó salvarse de sí misma.

Todo yacía esparcido por la estancia. El olor a madera putrefacta penetraba con fuerza a través de los orificios nasales. La cama estaba desecha y las sábanas revueltas como si se hubiesen usado hacía poco. En realidad no era así. Al fondo del cuarto, un espejo a punto de descolgarse, reflejaba las sombras en cada uno de sus rajados cristales. Sobre una mesa coja, quedaban restos de lágrimas que habían quedado marcadas  en la tabla del escritorio. Un bolígrafo partido, formaba un charco de tinta en el suelo de madera, como si siguiera llorando, añorando algo lejano. Si al menos hubiera soplado una leve brisa de aire, la habitación habría sentido correr la vida por sus cuatro paredes. Pero no, allí no existía el viento y dudosamente la energía. La ventana continuaba abierta de par en par, pero sus hojas no golpeaban entre ellas. Todo seguía en el mismo lugar, en la misma posición, en el que un día, ya distante, alguien había abandonado a su suerte lo que allí quedaba. Sí. También estaba ella. Su espalda encorvada se apoyaba contra una esquina vacía, y su cabeza reposaba sobre las rodillas. Una gotera, en el techo, permitía que las gotas de lluvia resbalaran por la pared, humedeciendo la cenefa de diminutas flores, y acababan en su camiseta, que a esas alturas ya estaba empapada. Ella no lo notaba. Hacía tiempo que había perdido la sensibilidad. No recordaba lo que era sentir calor, cariño o amor. Vivía sumergida en una burbuja de miedo, tensión, frío y desilusión. Era la viva imagen de la melancolía.

Sobre una caja de madera, en el centro de la sala, un tocadiscos hacía girar una y otra vez el mismo vinilo. Rebobinaba ininterrumpidamente queriendo que se escuchara el mensaje que transmitía esa canción, que comenzaba a rallarse de tanto sonar sin pausa. “Sigue adelante, esto es pasajero y quedará en el pasado”

Tal vez no fue a la primera, ni a la segunda, pero finalmente consiguió levantarse de su refugio. Arrastró los pies, sin recordar cómo debía coordinarse para andar. Pisó cristales y se clavó astillas. No obstante, esta vez, no se rindió. Salió por la ventana abierta, que se cerró a su paso evitando así que volviera a aprisionarse en sí misma. Y una vez fuera, corrió. Sintió que volaba como una cometa. Posó sus pies sobre el césped recién cortado que se extendía a lo largo del camino, y las diminutas briznas de hierba acariciaron con suavidad sus cortes y heridas. El viento se arremolinó a su alrededor y le alborotó la melena.
Dejó atrás todo lo perdido, para que quedara en el pasado y que de esa manera fuera olvidado. Oyó emociones quemarse hasta las cenizas, y de ellas resurgió.

1 comentario:

  1. Hace poco escribí "y antes de quemar su pasado encendió el horno; por si al hacer leña del arbol caído resurgía algún pájaro; cocinarlo, no dejarle la libertad que no dejó el pasado". Quizás un poco más bestia pero según iba leyéndote me acordaba todo el rato.

    Me ha gustado como sitúas todo, me ha encantado en general pero, para bien, espero, ¡me has dejado con ganas de más!

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