miércoles, 2 de julio de 2014

Simplemente adiós.

Nací a partir de tu recuerdo.
Y de él he sacado fuerzas para mantenerme a flote desde tu marcha.
Debería morir ahora, ahora que termino con lo nuestro, bueno, con lo mío. Por fin estoy dispuesta a olvidar, o a vivir nuevas experiencias con otros. Conmigo misma.

A pesar de que debería desaparecer para crearme de nuevo, he decidido no desintegrarme, porque:
Creo en la inmortalidad de todo:
De los recuerdos que se olvidan.
De las cartas de despedida con final.
De los orgasmos fugaces e instantáneos.
Confío en la eternidad:
De los adioses antes de una guerra a punta de pistola.
De la vida misma, y de mi propia persona. No tengo que desvanecerme para desprenderme de ti.
Creo en la inmortalidad de todas las cosas. Porque mientras haya vida, quedará esperanza. Y porque en los tiempos del amor en crisis, en ruinas, es necesario mantener la confianza.
La confianza en mí misma, para seguir existiendo.
No en ti. Has quemado todas las oportunidades. Y bien es cierto que creo en la inmortalidad, pero no en la tuya.

Hasta aquí. Punto. Y.
No queda nada, solo nosotros, pero separados, solo yo.
Yo, drogadicta asidua de tus besos y caricias.
Que ha pasado el mes de mayo desintoxicándose, de ti.
Me había inyectado tantas veces tus frases de aliento que ya me las creía. Y las moraduras de cada pinchazo me recordaban el placer que me causaba sentirte correr por mis venas.
Has jugado conmigo, y me has dolido. En el corazón, y en el alma. Pero no en la vida, que es mía y no tuya. Nunca lo ha sido. Pero no me había dado cuenta hasta ahora.
Soy una autárquica. Que no tiene nada que ver con política. En este caso. Independiente.
Me siento más bonita que nunca, y no hace falta que nadie me lo recuerde. Porque me basto conmigo misma. Que soy capaz de vivir sin depender de nadie.
Me estoy dejando crecer el pelo.
Pero sigo siendo imprevisible. Y sería capaz  de raparme de nuevo para demostrar a esta sociedad estereotipada que el pelo corto es para valientes, o al menos para supervivientes.

Tal vez podría haber dejado que me arrancaran la vida. Que me arrancaras las tripas. Pero no. 
Ya no, corazón.
Cogí un tren que me llevó a Italia. A enamorarme de nuevo. A cerrar etapas. A cambiar el mundo.
Si te tuviera que decir algo, sería adiós.
Pero nosotros ya censuramos esa palabra. Y nunca nos la dijimos.
Así que nada. Nada de adioses. Nada de todo. De siempre. De para siempre. De hasta siempre.
O simplemente.
Adiós. 

K

1 comentario: